miércoles, 18 de febrero de 2015

El aire que se me escapa

Se supone que debería estar estudiando, pero aquí me ven, decidida por completo a escribir en este pequeño espacio (y de paso no abandonarlo como todo lo que empiezo). Por eso quiero contarles algo de 2015, porque 2014 ya se fue y no tengo ganas de recordarlo en estos momento. Así que empecemos por enero, precisamente allá por el cinco. Sé que todos dirían "Noches de Reyes Magos" y si, no creo que estén equivocados, porque aquel día recibí, aunque temprano tipo 16hs, uno de los mejores regalos que había tenido: Mi primer viaje de mochila.
Esta fue la carpita del primer día antes de salir a ruta, en Villa La Angostura. La foto es de mi compañero en el viaje, Fran M.

No es que alguien haya sacado de la bolsa mágica la mochila, la bolsa de dormir, la carpa y el dinero para los pasajes a Neuquén, sino que yo solita estaba regalándome una de las experiencias más importante que he tenido en estos casi veinte años. Así que después de varios meses de problemas, de darme cuenta que había algo en mi día a día no cerraba y escuchar las historias de esa gente que había metido toda su vida en un saco de tela en la espalda para ir a recorrer el mundo, decidí que era momento de irme a buscar un lugar al que poder decirle hogar. Entonces ( ya sé que dije que no quería hablar del 2014) en octubre lo convencí a un amigo para recorrer la ruta de los siete lagos.
Es un trayecto de 108 km de la icónica ruta 40, entre Villa La Angostura y San martín de los andes, allá en el sur de Neuquén. Si uno lo piensa bien parece fácil ponerse una mochila y salir a caminar, y más cuando están tan acostumbrado a manejarte por la vida a pie. Sin embargo nunca terminé de entender la magnitud de algunas cosas, como el hecho de que tenía que caminar por varias cuestas con una mochila de 15kg, que no estaba acostumbrada a ese clima y que no estaba prepara del todo mentalmente para aquel viaje, entre otras cosas.
Primero que como toda buena norteña argentina vivo acostumbrada al calor desesperante de los veranos, algo así como unos 45º durante el día y unos 35º en una noche demasiado fresca en enero. Entonces cuando llegas a esa hermosa patagonia helada y en las noches no puedes dormir en la carpa porque los 0º, tan comunes ahí, son igual a un invierno crudo en tu casa, pues simplemente al tercer día queres tirar a la mierda la mochila y toda esperanza de terminar esa hermosa travesía. Ahí es cuando te das cuenta de que hay otro problema aún más grande que lo que le está pasando a tu cuerpo, y es que la cabeza juega en contra. Digamos que lo noté más en el día dos, antes de llegar al camping La Belunese, cuando colapsé. mientras caminábamos cuesta arriba le pedí a mi amigo que paráramos y me quebré. Sucede que en cuanto me saqué la mochila para poder descansar la espalda me di cuenta de que no quería seguir haciendo eso, de que ni siquiera entendía por qué había decidido hacer un viaje de ese tipo, siendo que podría estar muy cómoda en casa y no allí, sufriendo. "Dale, ya llegamos, no falta nada y ya vas a poder descansar bien" me decía Fran cuando me convencía de cargarme los 15 kg al hombro y seguir, pensar que faltaban solo dos kilometros ... (Flaco, si alguna vez llegas a leer esto, gracias por empujarme). Incluso habiendo llegado al camping y estando más tranquila me seguí sintiendo mal porque quería estar en casa, durmiendo en mi cama y compartiendo con mi familia y no con un flaco al que poco conocía. En el fondo estaba asustada, sabía que me esperaban varias noches heladas, más días de duro trabajo y que ya la piel me ardía muchisimo (porque si, subestime también al inti patagónico y terminé por insolarme), pero me preocupaba más la idea de volver derrotada a casa, de forzar mis límites más de lo que pensé alguna vez para cumplir un sueño que estaba detestando. Entonces en la cruda velada que siguió volví a preguntarme si realmente estaba feliz con ese pequeño sueño casi logrado. La única respuesta que encontré mientras tiritaba a más no poder fue que sí, porque todo lo bueno que estaba ganando era mil veces más que el cansancio.
Y pasó una noche más de frío insoportable y después la ruta nos ganó. Abandonamos como soldados conscientes de los peligros, con la esperanza de volver algún día y ganar la batalla. Por eso no puedo decir que me fui frustrada, sino que aprendí demasiado en pocos días. Primero que nunca hay que subestimar ni a la pacha, ni a la patagonia, ni a nosotros mismos. También lo dulce que puede ser una manzana cuando se ha pasado hambre, o lo bien que se siente un abrazo cuando estamos totalmente derrotados. Por supuesto que han habido muchas más pero ya son historia...
Mark Twain decía que hay dos días importantes en la vida de una persona: el día que nace y el día en el que descubre para qué. Después de esta mini experiencia en el sur sé que aunque aún no ha llegado el segundo día, estoy segura de que no vine a este mundo para vivir en la cajita de cartón. Apenas si puedo esperar ansiosa para volver a llenar la mochila y huir buscando ese cachito de aire que se me escapa...

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