A veces pasa, todos tenemos nuestros días malo. Algunas
veces son muchos, incluso se llegan a convertir en meses y años, entonces es
ahí cuando uno se da cuenta de algo obvio “las cosas están mal, hay que hacer
algo”. Por ende la pregunta sería ¿Qué hacer? Cada situación es única por lo
que buscar una respuesta universal a todos los problemas sería imposible, y ya
no sirve el cuentito ese de “le pongo mi mejor cara y me aguanto el problema
como sea” porque tampoco es así. Aún con la mejor sonrisa, los conflictos si se
juntan terminan por bajarte los dientes en sentido simbólico. Se los aseguro, a
mí ya me bajaron un par. Y no, las cosas no están tan bien, pero uno lo va
intentando, va haciendo cambios, dejando de lado las cosas que hacen mal y aferrándose
a lo que aún hace bien. Es curioso tal vez, porque esta forma de actuar me ha
ido convirtiendo en cierta forma en una desertora, en una de esas personas que
ha abandonado varias cosas con las que se había comprometido, pero que al final
me estaban dañando mucho. Entonces recién ahora con 20 años he empezado a
sentirme totalmente responsable de mis decisiones, porque yo fui la que elegí
comprometerme con una carrera, con un taller, con un trabajo y tantas otras
cosas, y lo hice sin ser consciente de lo que iba a terminar por generarme, ya
que “con probar no pierdo nada” y al final he terminado por perder más tiempo
del que me hubiese gustado.
Y me siento una persona nueva, y cada acción tiene más
sentido que antes. Ahora queda tomar las decisiones adecuadas para seguir
avanzando, no vaya a ser que por apurada vuelva a perder aún más tiempo que
antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario