miércoles, 15 de abril de 2015

Mis Montañas

Creo que hay amores que se vuelven reales con el tiempo...

Dique de los sauces, La Rioja, Argentina. Explorando lo que parecían unas cuevas.
Foto de Silvina Paez, mi genialosa tatuadora.
Mis manos duelen demasiado, ni hablar de mis brazos o piernas. Justo donde alguna vez tuve un callo, hoy tengo un cráter que termina en carne viva. Mis manos arden, pero no es un dolor incómodo, apenas una molestia, una de esas que surgen justo cuando estás logrando algo. He vuelto a clases de escalada, es apenas la primera semana y casi que me siento como alguien que ha superado los 80 años, caminando despacito, haciendo movimientos cortos y muy controlados, porque hasta caminar duele. De todas formas eso es lo menos importante, sino que va junto con un par de cosas que se han ido trazando a lo largo de estos meses: creo que estoy enamorada de eso que llaman “Montañas”. Unas altas, otras más bajas, otras imponentes y muchas lejanas. Siempre han estado conmigo, ahí presentes, he vivido y convivido con ellas, al punto que tengo un par a pocas cuadras de casa y que mis mejores recuerdos junto a mis padres han sido en alguna salida a caminar por algún cerrito de por allí. Hasta he llegado al punto de tatuármelas para que, cuando me aleje de ellas, no sienta que algo me falta.

Cerro de la cruz en un atardecer, así se ve desde la parada del colectivo frente a casa. La Rioja Capital, Argentina
Mis montañas huelen a poleo, incayuyo y jarilla; saben a arcilla y agua de vertiente, a higo, a nueces, a berro… Florecen con cada lluvia, sobreviven a cada sequía, esconden el sol rápido para que podamos soñar cada noche.
Y sí, vivo entre montañas rojas y me atrevo a decir que vivo en el paraíso, al menos en un edén personal, propio y reservado solo para aquellos que tienen ganas de luchar una batalla interminable, aunque no por una victoria, sino por una simple bendición. Es que cuando uno empieza a subir una montaña, a escalarla, a caminarla, se da cuenta con que una batalla no gana la guerra, y como decía Mandela “Después de escalar una montaña muy alta, descubrimos que hay muchas otras montañas por escalar.”

Simplemente amo este lugar y sé que el día que tenga que irme viviré añorando ese terruño alto y lejano, ese donde aprendí que era lo que quería del mundo.

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