Creo que hay amores que se vuelven reales con el tiempo...
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Dique de los sauces, La Rioja, Argentina. Explorando lo que parecían unas cuevas. |
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Foto de Silvina Paez, mi genialosa tatuadora. |
Mis manos duelen demasiado, ni hablar de mis brazos o
piernas. Justo donde alguna vez tuve un callo, hoy tengo un cráter que termina
en carne viva. Mis manos arden, pero no es un dolor incómodo, apenas una
molestia, una de esas que surgen justo cuando estás logrando algo. He vuelto a
clases de escalada, es apenas la primera semana y casi que me siento como
alguien que ha superado los 80 años, caminando despacito, haciendo movimientos
cortos y muy controlados, porque hasta caminar duele. De todas formas eso es lo
menos importante, sino que va junto con un par de cosas que se han ido trazando
a lo largo de estos meses: creo que estoy enamorada de eso que llaman “Montañas”.
Unas altas, otras más bajas, otras imponentes y muchas lejanas. Siempre han
estado conmigo, ahí presentes, he vivido y convivido con ellas, al punto que
tengo un par a pocas cuadras de casa y que mis mejores recuerdos junto a mis
padres han sido en alguna salida a caminar por algún cerrito de por allí. Hasta
he llegado al punto de tatuármelas para que, cuando me aleje de ellas, no
sienta que algo me falta.
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Cerro de la cruz en un atardecer, así se ve desde la parada del colectivo frente a casa. La Rioja Capital, Argentina |
Mis montañas huelen a poleo, incayuyo y jarilla; saben a
arcilla y agua de vertiente, a higo, a nueces, a berro… Florecen con cada
lluvia, sobreviven a cada sequía, esconden el sol rápido para que podamos soñar
cada noche.
Y sí, vivo entre montañas rojas y me atrevo a decir que vivo
en el paraíso, al menos en un edén personal, propio y reservado solo para
aquellos que tienen ganas de luchar una batalla interminable, aunque no por una
victoria, sino por una simple bendición. Es que cuando uno empieza a subir una
montaña, a escalarla, a caminarla, se da cuenta con que una batalla no gana la
guerra, y como decía Mandela “Después de escalar una montaña muy alta,
descubrimos que hay muchas otras montañas por escalar.”
Simplemente amo este lugar y sé que el día que tenga que
irme viviré añorando ese terruño alto y lejano, ese donde aprendí que era lo que
quería del mundo.
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